La camisa mágica
Cuento popular ruso
Mientras estaba de servicio en su regimiento, un valiente soldado recibió cien rublos que le enviaba su familia. El sargento se enteró y le pidió el dinero prestado. Cuando llegó la hora de pagar, sin embargo, el sargento dio al soldado cien golpes en la espalda con un palo y le dijo: “Yo nunca vi tu dinero. ¡Estás inventando!” El soldado se enfureció y se fue corriendo a un espeso bosque; iba tenderse bajo un árbol a descansar cuando vio a un dragón de seis cabezas que volaba hacia él. El dragón se detuvo junto al soldado, le preguntó sobre su vida y le dijo: “No tienes que quedarte a vagar en estos bosques. Mejor, ven conmigo y sé mi empleado por tres años.” “Con mucho gusto”, dijo el soldado. “Monta en mi lomo, entonces”, dijo el dragón, y el soldado comenzó a ponerle encima todas sus pertenencias. “Oye, veterano, ¿para qué quieres traer toda esta basura?” “¿Cómo me preguntas eso, dragón? A los soldados nos dan de latigazos si perdemos aunque sea un botón, ¿y tú quieres que tire todas mis cosas?”
El dragón llevó al soldado a su palacio y le ordenó: “¡Siéntate junto a la olla por tres años, mantén el fuego encendido y prepárame mi kasha!” El propio dragón se fue de viaje por el mundo durante ese tiempo, pero el trabajo del soldado no era difícil: ponía madera bajo la olla, y se sentaba a un lado tomando vodka y comiendo bocadillos (y el vodka del dragón no era como el de nosotros, todo aguado, sino muy fuerte). Luego de tres años el dragón regresó volando. “Muy bien, veterano, ¿ya está listo el kasha?” “Debe estar, porque en estos tres años mi fuego no se apagó nunca.” El dragón se comió la olla entera de kasha en una sola sentada, alabó al soldado por su fiel servicio y le ofreció empleo por otros tres años.
Pasaron los tres años, el dragón se comió otra vez su kasha y dejó al soldado por tres años más. Durante dos de ellos el soldado cocinó el kasha, y hacia el fin del tercero pensó: “Aquí estoy, a punto de cumplir nueve años de vivir con el dragón, todo el tiempo cocinándole su kasha, y ni siquiera sé qué tal sabe. Lo voy a probar.” Levantó la tapa y se encontró a su sargento, sentado dentro de la olla. “Ay, amigo”, pensó el soldado, “ahora te voy dar una buena; te haré pagar los golpes que me diste.” Y llevó toda la madera que pudo conseguir, y la puso bajo la olla, e hizo un fuego tal que no sólo cocinó la carne del sargento sino hasta los huesos, que quedaron hechos pulpa. Regresó el dragón, comió el kasha y alabó al soldado: “Bueno, veterano, el kasha estaba bueno antes, pero esta vez estuvo aún mejor. Escoge lo que quieras como tu recompensa.” El soldado miró a su alrededor y eligió un fuerte corcel y una camisa de tela gruesa. La camisa no era ordinaria, sino mágica: quien la usaba se convertía en un poderoso campeón.
El soldado fue con un rey, lo ayudó en una guerra cruenta y se casó con su bella hija. Pero a la princesa le disgustaba estar casada con alguien de origen tan humilde, por lo que intrigó con el príncipe de un reino vecino y aduló y presionó al soldado hasta que éste le reveló dónde venía su enorme poder. Tras descubrir lo que deseaba, la princesa esperó a que su esposo estuviese dormido para quitarle la camisa y dársela al príncipe del reino vecino. Éste se puso la camisa, tomó una espada, cortó al soldado en pedacitos, los puso todos en un costal de cáñamo y ordenó a los mozos de cuadra: “tomen este costal, amárrenlo a cualquier jamelgo y échenlo al campo abierto”. Los mozos fueron a cumplir la orden, pero entretanto el fuerte corcel del soldado se transformó en jamelgo y se puso en el camino de los sirvientes. Éstos lo tomaron, le ataron el saco y lo echaron al campo abierto. El brioso caballo echó a correr más rápido que un ave, llegó al castillo del dragón, se detuvo allí, y por tres noches y tres días relinchó sin descanso.
El dragón dormía profundamente, pero al fin lo despertó el relinchar y el pisotear del corcel, y salió de su palacio. Miró el interior del saco ¡y vaya que resopló! Tomó los pedazos del soldado, los juntó y los lavó con agua de la muerte, y el cuerpo del soldado estuvo otra vez completo. Entonces lo roció con agua de la vida, y el soldado despertó. “¡Caray!”, dijo. “¡He dormido mucho tiempo!” “¡Hubieras dormido mucho más sin tu buen caballo!”, respondió el dragón, y enseñó al soldado la compleja ciencia de tomar diferentes formas. El soldado se transformó en una paloma, voló a donde el príncipe con quien vivía ahora su esposa infiel, y se posó en el pretil de la ventana de la cocina. La joven cocinera lo vio. “¡Ah!”, dijo, “qué bonita palomita.” Abrió la ventana y lo dejó entrar en la cocina. La paloma tocó el suelo y se convirtió en un joven hermoso. “Hazme un favor, hermosa doncella”, le dijo, “y me casaré contigo.” “¿Qué deseas que haga?” “Consigue la camisa de tela gruesa del príncipe.” “Pero él nunca se la quita, salvo cuando se baña en el mar.”
El soldado averiguó a qué horas se bañaba el príncipe, salió al camino y tomó la forma de una flor. Pronto aparecieron, con rumbo a la playa, el príncipe y la princesa, acompañados por la cocinera, que llevaba ropa limpia. El príncipe vio la flor y la admiró, pero la princesa adivinó al instante quién era: “¡Ah, debe ser ese maldito soldado, con otra apariencia!” Cortó la flor y empezó a aplastarla y arrancarle los pétalos, pero la flor se convirtió en una mosca pequeñita y sin que lo vieran se escondió en el pecho de la cocinera. En cuanto el príncipe se desvistió y se metió en el agua, la mosca salió y se convirtió en un raudo halcón. El halcón tomó la camisa y se la llevó lejos, luego se convirtió en un joven hermoso y se la puso. Entonces el soldado tomó una espada, mató a su esposa traicionera y al amante, y se casó con la joven y adorable cocinera.
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