sábado, 26 de febrero de 2011

Presentación de formato portátil, Literatura para llevar

El Instituto Estatal de la Cultura, a través de Ediciones La Rana y la Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno, les hace una atenta invitación para que nos acompañen este miércoles 2 de marzo, a las 19:00 hrs., en la Sala José Vasconcelos, de esta Biblioteca Central, a la presentación de la colección literaria en pequeño formato que lleva como título genérico (Formato portátil Literatura para llevar) que publicará nuestra casa editorial para el presente año.

Son diez los autores de esta colección, la mayoría de ellos participantes de los talleres y tutorías que ha brindado el Instituto Estatal de la Cultura para consolidar y vincular profesionalmente el quehacer literario que se desarrolla en la entidad. De ahí la importancia de que conozcan de primera mano cuál es la línea editorial y así participar como miembros del Diplomado en creación literaria en la selección que se realice de autores para el 2012.

En la presentación estará presente el director general del Instituto Estatal de la Cultura, Juan Alcocer Flores, Juan José de Giovannini como director editorial, y varios de los autores de la colección.

Cabe mencionar que el primer título por salir es el de Bazar de cuentos, de Federico Ojeda.

Favor de confirmar su asistencia. Pueden invitar a amigos y parientes. Habrá vino de honor.

Antología de poemas presentados en poesía I

Me pareció bastante enriquecedor el ejercicio que se planteó, donde leímos y comentamos los poemas, pero para ampliar más esta experiencia propongo traer al blog los poemas con el objetivo de leerlos con más calma y seguir comentando.

viernes, 18 de febrero de 2011

Noches de poesía


Hora
jueves, 24 de febrero · 18:00 - 19:00
Lugar
Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno, Vestíbulo Central, León, Gto.
Más información
En el marco del Diplomado en Creación Literaria, el poeta Víctor Manuel León Leitón (Costa Rica), ofrecerá un lectura de poesía costarricense. Entrada libre. Sin costo.

Material de lectura 2

Historia de Urashima
Cuento tradicional japonés


Urashima vivió, hace cientos y cientos de años, en una de las islas situadas al oeste del archipiélago japonés. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores. Una red y una barquichuela constituían toda la fortuna de la pareja. Sin embargo, el matrimonio veía compensada su pobreza con la bondad de su hijo.

Y sucedió que cierto día el muchacho caminaba por una de las calles de la aldea, cuando de pronto vio a unos cuantos chiquillos que maltrataban a una enorme tortuga. De seguir de aquel modo mucho tiempo, hubieran acabado por matarla, y Urashima decidió impedirlo. Se dirigió a los chicos, y, reprendiéndoles por su mala acción, les quitó la tortuga. Cuando la tuvo en sus manos, pensó dejarla en libertad, y para ello fue hacia la playa. Una vez allí, la llevó a la orilla y la dejó en el mar. Vio cómo la tortuga se alejaba poco a poco, y cuando la perdió de vista, Urashima regresó a su casa. Sentía una gran satisfacción por haber librado al animal de sus pequeños verdugos.

Transcurrió algún tiempo desde aquel día. Una mañana, el muchacho se fue a pescar. Tomó el camino que conducía a la playa y cuando llegó puso la barca en el agua, montó en ella y remó hacia dentro. Llevaba largo rato remando y perdió de vista la orilla; decidió echar al agua su red, y cuando tiró para sacarla hacia fuera, notó que le pesaba más que de costumbre. Logró subirla, y con gran sorpresa vio que dentro de la red estaba la tortuga que él mismo había echado en el mar. Ésta, dirigiéndose a él, le dijo que el rey de los mares, que había visto su buen corazón y lo buscaba para conducirle a su palacio y casarle con su hija, la princesa Otohime. A Urashima le entusiasmaban las aventuras y accedió muy gustoso. Juntos se fueron mar adentro, hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrerías. Hacia los asombrados ojos de Urashima avanzó una hermosísima doncella: era Otohime, la hija del rey del mar. Lo recibió como a un esposo y juntos vivieron varios días en una completa felicidad. Todos colmaban al pescador de todo género de atenciones, y entre tanta delicia, Urashima no sintió que el tiempo pasaba. No podía precisar desde cuándo estaba allí. ¿Para qué había de saberlo? No debía importarle. La vida en aquel lugar maravilloso le parecía inmejorable; nunca pudo soñar nada semejante.

Pero sucedió que un día se acordó de sus padres. ¿Qué sería de ellos? Sin duda sufrirían mucho sin saber lo que había sido de él. Y desde aquel momento la tristeza se apoderó de todo su ser. Nada lograba distraerle; ya no encontraba aquel lugar tan encantador y hasta le pareció menos bello. Sólo deseaba una cosa: volver junto a sus queridos padres. Y así se lo comunicó una mañana a su esposa, cuando ésta procuraba por todos los medios averiguar la causa de su pena. Al decirle Urashima lo que quería, Otohime se entristeció; procuró convencerle de que se quedara junto a ella, pero nada logró. El pescador estaba firme en su propósito. Así, pues, prometió devolverlo a su aldea, y con un cortejo numeroso y elegante lo acompañó hasta la playa. Cuando al fin llegaron, la princesa entregó a Urashima una pequeña caja de laca, atada con un cordón de seda. Le recomendó que, si quería volver a verla, nunca la abriese. Después se despidió de él y con su acompañamiento se internó en el mar.

Pronto Urashima la perdió de vista. Con la cajita en sus manos, miraba fijamente a las aguas. Así estuvo algún tiempo; después recorrió la playa. De nuevo estaba en su pueblecito. Las mismas arenas, las rocas de siempre, el mismo sitio donde de pequeño tantas veces había ido a jugar; le parecía que su vida en la cuidad del mar había sido un sueño. ¡Qué lejos todo aquello! Entonces encaminó sus pasos hacia su casa; pero cuando entró en la aldea no supo por dónde ir. La encontraba completamente cambiada: no la reconocía. Las casas eran más grandes; tejados de pizarra habían sustituido a los de paja que él había visto. La gente se vestía con vistosos quimonos bordados. Parecía otro lugar. Y, sin embargo, era su pueblo; estaba seguro. La misma playa, las mismas montañas. Sólo las casas y la gente habían cambiado.

Entonces decidió preguntar a unos muchachos en dónde se encontraba la casa del pescador Urashima, puesto que éste era también el nombre de su padre. Los muchachos no supieron responderle; no conocían a tal pescador. Entró en un comercio e hizo igual pregunta al dueño; pero le dijo lo mismo que los chicos: nunca había oído hablar de tal pescador, y eso que creía conocer a todo el pueblo. En esto acertó a pasar por allí un hombre que debía de tener muchos años, a juzgar por su apariencia. Era conocido por saber mil historias antiguas del pueblo y conocer las vidas de sus antiguos habitantes. Urashima se dirigió a él, por indicación del dueño de la tienda, y le preguntó dónde estaba la casa del pescador Urashima. El viejo no contestó; se quedó un momento pensativo, y al cabo de un rato dijo que casi lo había olvidado, porque habían pasado más de cien años desde la muerte de aquel matrimonio. Su único hijo, explicó, había salido a pescar un día, y a partir de entonces nadie había vuelto a saber de él. Urashima empezó a comprender: mientras había vivido en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo unos cuantos días habían sido más de cien años.

No supo qué hacer; se encontraba completamente solo en un pueblo que, aunque era el suyo, le era absolutamente extraño. Entonces se dirigió a la playa; puesto que había perdido a sus padres, volvería con la princesa Otohime. Pero ¿Cómo llegar a ella? En su precipitación por ver a sus padres, olvidó, cuando se despidieron, preguntarle de qué medio se valdría para volver a verla. De pronto, recordó la cajita que tenía entre sus manos; se olvidó de que no debía abrirla, y pensó que, haciéndolo, quizá pudiera ir junto a Otohime.

Desató sus cordones y la destapó. Al instante salió de ella una nubecilla que se fué elevando, elevando, hasta perderse de vista. En vano Urashima intentó alcanzarla. Entonces recordó la recomendación de la princesa y, de pronto, sintió que sus fuerzas le abandonaban, sus cabellos encanecían, innumerables arrugas surcaron su piel; su corazón cesó de latir y al fin cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un hombre decrépito, sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.

Todavía hoy algunos pescadores de ciertos pueblos del Japón cuentan a sus hijos, para que no sean distraídos, la leyenda del pescador Urashima.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Material de Lectura I

La camisa mágica
Cuento popular ruso

Mientras estaba de servicio en su regimiento, un valiente soldado recibió cien rublos que le enviaba su familia. El sargento se enteró y le pidió el dinero prestado. Cuando llegó la hora de pagar, sin embargo, el sargento dio al soldado cien golpes en la espalda con un palo y le dijo: “Yo nunca vi tu dinero. ¡Estás inventando!” El soldado se enfureció y se fue corriendo a un espeso bosque; iba tenderse bajo un árbol a descansar cuando vio a un dragón de seis cabezas que volaba hacia él. El dragón se detuvo junto al soldado, le preguntó sobre su vida y le dijo: “No tienes que quedarte a vagar en estos bosques. Mejor, ven conmigo y sé mi empleado por tres años.” “Con mucho gusto”, dijo el soldado. “Monta en mi lomo, entonces”, dijo el dragón, y el soldado comenzó a ponerle encima todas sus pertenencias. “Oye, veterano, ¿para qué quieres traer toda esta basura?” “¿Cómo me preguntas eso, dragón? A los soldados nos dan de latigazos si perdemos aunque sea un botón, ¿y tú quieres que tire todas mis cosas?”

El dragón llevó al soldado a su palacio y le ordenó: “¡Siéntate junto a la olla por tres años, mantén el fuego encendido y prepárame mi kasha!” El propio dragón se fue de viaje por el mundo durante ese tiempo, pero el trabajo del soldado no era difícil: ponía madera bajo la olla, y se sentaba a un lado tomando vodka y comiendo bocadillos (y el vodka del dragón no era como el de nosotros, todo aguado, sino muy fuerte). Luego de tres años el dragón regresó volando. “Muy bien, veterano, ¿ya está listo el kasha?” “Debe estar, porque en estos tres años mi fuego no se apagó nunca.” El dragón se comió la olla entera de kasha en una sola sentada, alabó al soldado por su fiel servicio y le ofreció empleo por otros tres años.

Pasaron los tres años, el dragón se comió otra vez su kasha y dejó al soldado por tres años más. Durante dos de ellos el soldado cocinó el kasha, y hacia el fin del tercero pensó: “Aquí estoy, a punto de cumplir nueve años de vivir con el dragón, todo el tiempo cocinándole su kasha, y ni siquiera sé qué tal sabe. Lo voy a probar.” Levantó la tapa y se encontró a su sargento, sentado dentro de la olla. “Ay, amigo”, pensó el soldado, “ahora te voy dar una buena; te haré pagar los golpes que me diste.” Y llevó toda la madera que pudo conseguir, y la puso bajo la olla, e hizo un fuego tal que no sólo cocinó la carne del sargento sino hasta los huesos, que quedaron hechos pulpa. Regresó el dragón, comió el kasha y alabó al soldado: “Bueno, veterano, el kasha estaba bueno antes, pero esta vez estuvo aún mejor. Escoge lo que quieras como tu recompensa.” El soldado miró a su alrededor y eligió un fuerte corcel y una camisa de tela gruesa. La camisa no era ordinaria, sino mágica: quien la usaba se convertía en un poderoso campeón.

El soldado fue con un rey, lo ayudó en una guerra cruenta y se casó con su bella hija. Pero a la princesa le disgustaba estar casada con alguien de origen tan humilde, por lo que intrigó con el príncipe de un reino vecino y aduló y presionó al soldado hasta que éste le reveló dónde venía su enorme poder. Tras descubrir lo que deseaba, la princesa esperó a que su esposo estuviese dormido para quitarle la camisa y dársela al príncipe del reino vecino. Éste se puso la camisa, tomó una espada, cortó al soldado en pedacitos, los puso todos en un costal de cáñamo y ordenó a los mozos de cuadra: “tomen este costal, amárrenlo a cualquier jamelgo y échenlo al campo abierto”. Los mozos fueron a cumplir la orden, pero entretanto el fuerte corcel del soldado se transformó en jamelgo y se puso en el camino de los sirvientes. Éstos lo tomaron, le ataron el saco y lo echaron al campo abierto. El brioso caballo echó a correr más rápido que un ave, llegó al castillo del dragón, se detuvo allí, y por tres noches y tres días relinchó sin descanso.

El dragón dormía profundamente, pero al fin lo despertó el relinchar y el pisotear del corcel, y salió de su palacio. Miró el interior del saco ¡y vaya que resopló! Tomó los pedazos del soldado, los juntó y los lavó con agua de la muerte, y el cuerpo del soldado estuvo otra vez completo. Entonces lo roció con agua de la vida, y el soldado despertó. “¡Caray!”, dijo. “¡He dormido mucho tiempo!” “¡Hubieras dormido mucho más sin tu buen caballo!”, respondió el dragón, y enseñó al soldado la compleja ciencia de tomar diferentes formas. El soldado se transformó en una paloma, voló a donde el príncipe con quien vivía ahora su esposa infiel, y se posó en el pretil de la ventana de la cocina. La joven cocinera lo vio. “¡Ah!”, dijo, “qué bonita palomita.” Abrió la ventana y lo dejó entrar en la cocina. La paloma tocó el suelo y se convirtió en un joven hermoso. “Hazme un favor, hermosa doncella”, le dijo, “y me casaré contigo.” “¿Qué deseas que haga?” “Consigue la camisa de tela gruesa del príncipe.” “Pero él nunca se la quita, salvo cuando se baña en el mar.”

El soldado averiguó a qué horas se bañaba el príncipe, salió al camino y tomó la forma de una flor. Pronto aparecieron, con rumbo a la playa, el príncipe y la princesa, acompañados por la cocinera, que llevaba ropa limpia. El príncipe vio la flor y la admiró, pero la princesa adivinó al instante quién era: “¡Ah, debe ser ese maldito soldado, con otra apariencia!” Cortó la flor y empezó a aplastarla y arrancarle los pétalos, pero la flor se convirtió en una mosca pequeñita y sin que lo vieran se escondió en el pecho de la cocinera. En cuanto el príncipe se desvistió y se metió en el agua, la mosca salió y se convirtió en un raudo halcón. El halcón tomó la camisa y se la llevó lejos, luego se convirtió en un joven hermoso y se la puso. Entonces el soldado tomó una espada, mató a su esposa traicionera y al amante, y se casó con la joven y adorable cocinera.